¿Saben que cuando era niña, con 5 o 6 años, no respondía a mi nombre? Por aquel entonces mi precoz cerebrito había intuido que los chicos manejaban el cotarro y decidí (sin decidirlo) travestirme y transmutar las aburridas barbies por (¿en?) aguerridos click de famobil. Me rebautizé con un nombre de chico que no recuerdo (Pedro o algo pacíficamente impersonal) y me dedicaba a robarle a mi hermano sus calzoncillos (que si una se pone con algo, ha de hacerlo a conciencia y hasta el final). Por aquel entonces estaba perdidamente enamorada de: 1. Mi madre (complejo de Edipo invertido que se llama). 2. La Señorita Paca, mi profesora de parbulario (mi enamoramiento era tan evidente que mi padre se burlaba canturreando en el coche: "la señorita Paccccca, que vive en Taccccco" con un acento que, no me pregunten por qué, me sacaba de mis casillas).
Eran años en los que entendia y admiraba lo masculino. Me identificaba con su fuerza, con su independencia, con su iniciativa. No me adaptaba a la dulce pasividad de la espera femenina, a los juegos "In door", al "si mama". Prefería amoratarme a base de bien, llegar más lejos que nadie, ser la más rápida, la más intrépida... De este modo, logré un destacado currículum de lesiones: me fracturé en varias ocasiones los dos brazos (por turnos, que no era cuestión el paralizarme de cintura para arriba), me atropelló un coche (ahí cayó la pierna derecha, que envidiaba el privilegio de su propia escayola), me partí la paleta izquierda tratando de ganar una apuesta y perdí en dos ocasiones el conocimiento, tras golpearme la cabeza contra el suelo. Era Jo de Mujercitas, Jorge de El Club de Los Cinco... Tuve, en ese aspecto, una infancia muy feliz, pero llegué a la adolescencia sin saber maquillarme el ojo o peinarme como dios manda o, lo que es peor, ser LA NOVIA. Sabía ser LA AMIGA, pero ni pajolera idea de cómo seducir al personal del sexo opuesto.
A medida que fuí creciendo y viviendo mi tormentosa adolescencia de inadaptada social, me fuí enamorando cada vez más de lo femenino. De su belleza. Del poder catártico de la palabra (imperio por excelencia de lo "yin"). Pude hablar hasta el exorcismo de todos los fantasmas que aporreaban mi sesera. A medida que me hacía adulta, ironías de la vida, me empezó a aburrir lo masculino, tan blanco o negro, tan "simple" (como dicen ellos), tan previsible. No ayudaron mis referentes familiares, con mujeres amazonas (¡hola hermana!) Vs. hombres escapistas (el Gran Houdini es un mero aficionado en comparación con el Clan A.). Tampoco lo hicieron mis traumáticas primeras experiencias sexuales.
Hoy me encuentro en proceso de reenamoramiento global. Es un proceso elegido y buscado: no quiero caer en la misma estrechez de miras que critico en otras personas. ¿Qué diferencia hay entre decir "todas las mujeres son..." o "todos los hombres son..."?. Estoy buscando, de manera consciente, mi primigenio amor por lo masculino. Y lo encuentro en personas como mi cuñado (¡hola pulgón!), en la universalidad de la necesidad de amar y ser amados (en el fondo todo se reduce a esto) y en canciones como esta...
En este viaje, aprendo a mirar con otros ojos al Clan A., a mister pederasta y a todos los que "me fallaron": ahora sólo veo su necesidad imperiosa (y torpe) de ser amados. Tan torpe como la mía. Tan imperiosa como la mía. Y me libero un poco (sólo un poco) de la sensación de división...